Recorriendo la Poesía

"No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira: podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía."
Gustavo Adolfo Bécquer



Historiecitas

Este es un conjunto de algunas de las historias cortas que he podido escribir. Algnos son experiencias vividas, otros son simplemente delirios de la imaginación, pero lo cierto es que cada cual tiene vida propia y se trasforma de una simple historia corta a una enseñanza que en mis cortos años puedo dar...


El mejor diagnóstico

Una sirena de ambulancia y dos doctores con estetoscopios y batas pintaban la escena de aquella tarde. Llegaban apresuradamente, con un botiquín de medicamentos e instrumentos quirúrgicos al lugar del accidente.
- “¿Le duele aquí?” – Preguntaba el más viejo de los doctores mientras presionaba con fuerza mi pecho. Era un hombre de unos 57 años, con un bigote blanco y espeso que cubría su labio superior. Usaba lentes a través de los cuales se miraban sus ojos como dos grandes avellanas. Estaban mirándome fijamente.
- “¿Le duele aquí?” Insistió mientras me presionaba otra vez el mismo lugar.
- “Un poco” – Respondí. Yo aun estaba confundido de lo que había pasado en esa noche.
Mientras tanto el segundo doctor, de unos 40 años, abría una maleta negra que llevaba. Y, de allí, extrajo un pedazo de algodón y un frasco de alcohol. Parecía estar muy seguro de lo que hacía, pues con minuciosidad sacaba más medicinas y frascos de la maleta, y los ordenaba en una mesa que se encontraba dentro de la ambulancia. Remojó el hisopo en el alcohol y suavemente lo frotó en mi pecho. Repitió esto con la base del estetoscopio, y se lo dio al doctor más viejo.
- “No te va a doler” – Me dijo – “Es común que pasen estos accidentes. Pero antes de dar la sentencia final, te haremos algunas pruebas para ver si el accidente es fatal”.
Yo no entendía lo que sucedía esa tarde. Muy dentro de mí, habitaba un dolor extenuante. Pero físicamente, no sentía nada. El doctor, puso los auriculares del estetoscopio en sus oídos y presionó la base de éste contra mi pecho.
- “Inhala” – Dijo. Y yo, lo hice. – “ Ahora, exhala” – Me insinuó. Igualmente, seguí sus instrucciones.
Después de varias veces de repetir ese proceso, el doctor viejo volteó a ver al doctor joven.
- “Sí, lo que me temía” – Se dijo a sí mismo entre dientes.
Sus miradas se cruzaron por largo rato. El doctor de mayor edad, se acercó al otro doctor; y le intercambió unas palabras. Intenté comprender que era lo que aquellos doctores decían, pero únicamente captaba una leve sonrisa en la faz del doctor más joven. Entre los términos científicos, el sonido de la sirena de la ambulancia y el tono quedito de voz del doctor, se me hizo imposible entender lo que decían aquellos doctores. Finalmente, ambos me voltearon a ver; y quedaron observándome por un buen rato. Hasta que se me acercó el más viejo, se sentó junto a mí y me dijo:
- “No es un accidente grave, pero es peligroso. Quizá quiera llamar a la policía para reportarlo, pues necesitará recuperarlo”. Yo estaba confundido. ¿Recuperar qué? Me preguntaba por dentro.
- “Tendrá que hacer reposo por un buen tiempo,” – Prosiguió – “Estos casos son muy comunes hoy día, y debido a la gravedad del asunto le recomiendo que tenga paciencia, que libere su mente y, sobre todo, que no lo vuelva a hacer.”
Yo aún estaba confundido. Y miré al doctor más joven con una mirada confusa entremezclada con nerviosismo. Él se acercó a mí. Creo que comprendió que yo no había entendido; a pesar de que me lo habían dicho en términos simples, yo no lo entendía. Me sirvió una taza de café y, poniéndola en mi mano, se agachó frente a mí. Sonrió.
- “Le detectamos mal de amores,” – dijo aún con la sonrisa en el rostro – “no hay nada de que preocuparse pues cuando pasa, pasa.”
- “¿Mal de amores?” – pregunté, más confundido que antes.
- “Sí.” – estableció – “Son accidentes muy comunes. Cuando esa mujer pasó, el rítmo de su corazón fluctuó un poco. Pero con un poco del suero de colores que le inyectamos, estará bien en un tiempo”.
Un hondo profundo invadió mi alma y yo, quedé frío. Había sucedido. Cuando los cabellos dorados de esa niña pasaron frente a mí, sucedió. Me había enamorado. Yo no era ignorante, y sabía. Los doctores tienen códigos para decir las cosas de mejores maneras, ellos se caracterizan por decir las cosas sutilmente. Cuando aquel joven doctor me dijo “le detectamos mal de amores”, yo comprendí que era código para “usted está locamente perdido en el amor”. El mejor de los accidentes había ocurrido esa tarde. Una sonrisa iluminó mi cara, pues hace tiempo que creí que nunca me iba a accidentar de esa manera, pero entonces pasó.
- “Gracias,” – le dije a los doctores – “quisiera hacerles unas preguntas”
- “Claro” – respondieron casi simultáneamente.
- “¿Para qué la policía?”
El mas viejo sonrió y contestó:
- “¡Ah! ¡Eso es simple! Cuando a una persona le roban algo, se reporta a la comisaría. Y, en este caso, nosotros recomendamos que reportes el robo de corazón. Es el típico procedimiento.”
Intercambiaron miradas y sonrieron. Yo, los miraba un poco más aliviado. Y por último, hice la pregunta:
- “Seriamente, ¿podrían decirme que tan grave es? Pues quisiera saberlo, para ver si Ella podrá resultar la mejor medicina”
De nuevo me miraron fijamente. Me ruboricé. Estaba apenado de aquel inesperado pero hermoso accidente. Se me acercó el doctor viejo y, arreglándose los lentes me dijo con seriedad:
- “Bien, juzgando por la dilatación de tus pupilas, diría que se te perdió el mirar en Ella. El latido de tu corazón no es constante por lo que diría que, aparte de robarte el corazón, se lo ha ganado. Tu respiración es temblorosa, pues te ha quitado el aliento. La tomografía cerebral que te hicimos, indica que se ha activado el lado sentimental del cerebro por lo que ella vive en tu mente como un Amor.” – Enfatizó la palabra Amor. – “Creo que es preciso decir que, el accidente más profundo y serio de todos te ha llegado; estás Profundamente Enamorado.” – Esas dos últimas palabras quedaron grabadas en mi memoria. Mientras tanto, el doctor concluía:
- “Bien, únicamente te pido que tomes tu dosis diaria de Corazonadas, un cuarto de cucharadita de Romance y dos pastillas de Ilusión; y, creo que estarás hecho. Pues, a la larga será Ella la mejor y única medicina”
Me paré rápidamente y sonreí. Le di un abrazo a ambos doctores, a los cuales reaccionaron benevolentemente. Mirando a la luna que bañaba de plata la ciudad, exclamé:
- “El mejor accidente que me ha pasado. Estoy enamorado”
Y corrí a lo largo de la calle, recto. Cuando ya no era más que un punto perdido en lontananza, aún se escuchó cuando grité:
- “¡Gracias por ser el mejor accidente de mi vida! ¡Gracias!”
Y continué mi rumbo, perdiéndome en el horizonte.


El Pequeño Inquilino

La noche anterior un aire helado pasaba por las rendijas de mi ventana y se metía en cada esquina de la habitación. Un viento quedito pero maligno se colaba por entre los pliegues de la cortina. Aunque los paletones estaban cerrados, aun se sentía como un ciclón que revolvía y ponía en duda el calor que habitaba en mi cuarto. Un silencio mortífero se escondía en los rincones de la vieja casa, que únicamente era interrumpido por el eco de los latidos de mi corazón. Nada más. La noche era obscura y, al intentar observar por la ventana, una densa oscuridad bailaba en la penumbra y mi vista no llegaba más lejos que el viejo roble postrado a dos metros de la lumbrera.
La lluvia recia y helada rompía con el silencio que también habitaba el exterior. Penetraba por los pequeños orificios que el tiempo había labrado en la vieja madera del techo. Gota por gota entraba a mi habitación, cual colador, y se deslizaba en el contorno de la pared. Era una lluvia que, en blando devaneo movíase al rítmo de los ventarrones que se dejaban venir por tandas. A su vez, éstos batían violentamente de un lado a otro el viejo roble, comprobando su flexibilidad. Sus ramas eran expuestas a cambios de ritmos, los más insólitos, que mecían de un lado a otro cada hojuela que crecía en sus ramas, amenazándolas.
Estaba yo viendo, y desde mi ventana, observé un bulto de ramitas y hojas viejas postrado en el árbol. Agudicé la vista, pues el fuerte caer de la lluvia no me dejaba ver que era. Únicamente observaba un color beige entremezclado con diferentes tonos verdosos en una de las horquetas. Cuando la lluvia cesó un poco y se aclaró el panorama logré visualizar algo más en aquel extraño objeto situado en la rama de un árbol. Era un perqueño bulto que se movía e intentaba protegerse de la tempestad. Era un pequeño pájaro. El pobre sufría en su pequeño nido a causa de tal mal clima.
Yo, subconscientemente, levanté la vista al techo viejo de madera que yacía sobre mi casa y mantuve la vista. Aunque estuviera un tanto picado y mordisqueado por los años, agradecí. Di gracias de tener un techo bajo del cual vivir pues, mientras miraba a aquella pequeña criatura sufrir a causa de los enojos de la naturaleza, me vi obligado a pensar: ¿cuántas personas sufren a causa de la falta de un hogar? Miraba cómo azotaba el viento a ese indefenso ruiseñor, cuyo único canto era el de sufrimiento. Yo allí bajo la lumbre de un fuego en la chimenea que, de igual modo, calentaba el cuarto. El pequeño en su nido con nada más que el fuego voraz del deseo de vivir para calentarle. Yo adentro con un poncho de lana acariciando el calor corporal. Él, allá afuera únicamente con un conjunto de paja mal elaborado, para acariciarle la esperanza de vivir. Sufría del frío. Yo, con una taza de café caliente y un techo para cubrirme de la naturaleza. Él nada más con una taza de necesidad y un techo de ilusiones para cubrirse del frío desafiante. ¿Cuántos no habrán sufrido por lo mismo? ¿Cuántos estarán sufriendo en éste momento de eso mismo? ¿Porqué no buscamos en lo más profundo del corazón ese deseo humano de ayudar a los demás?
En eso estaba cuando la quiniela entró en escena: ¿iba a ser parte de la multitud y no ayudar para nada? O ¿sería el cambio que se necesita e ir a ayudar a la inocente víctima? No me tomó mucho pensarlo; la respuesta era obvia. Lo iba a ayudar para demostrar a todos que, por muy pequeño que fuese, sería un principio para el cambio. Quería demostrar que se puede cambiar el destino de tantas personas con un poco de voluntad y esfuerzo. Me puse unas botas de hule y una capa negra para protegerme del frío; me aventuré a salir de la casa. Crucé todo el jardín entre el grosor de la neblina y llegué al viejo roble. Llevaba desde el colegio de no escalar árboles, pero la voluntad podía más que la duda, y subí el árbol. Bajé a la criatura y la llevé hacia adentro en donde, entre una canasta y un trapo de cocina, lo coloqué frente a la chimenea para que se calentara. ¿Qué me costó? Nada. Y había salvado una vida… únicamente dándole un poco de aprecio al pequeñin. Le había dado un techo a aquel aviar inquilino; sin darme cuenta, no solamente le di un techo a él sino que di un techo para mi país… pues demostré que el cambio se puede lograr si ponemos de nuestra parte.


Querido Amigo

Me miras a los ojos y no sabes admirar todas lo que llevo dentro – cosas sin las cuales no podrías subsistir. Susurras a mi oído sin saber lo que provocas, y entre palabras que aparentan e ilusiones falsas haces de mí lo que tú quieres. Ya debes de saber mi nombre y seguramente piensas en mí cada día, sin embargo no me prestas la atención que merezco. Paso desapercibida como un soplo de viento, pero estoy en lo más recóndito y día a día hago posible que te levantes en tu mejor estado. Es probable que reses por mí cada noche y, desearías tenerme toda la vida; pero cuando yo me siento importante en tu vida, tú haces lo que quieras y no me tomas en cuenta, haciéndome cambiar de opinión. Sabes que no puedes vivir sin mí y aunque por arrogancia o por presión de grupo no me ames como deberías, toma en cuenta que yo siempre estaré dentro de ti. Sabré cuidarte y más que nada sabré lo que debes hacer y cuándo debes hacerlo. Te daré un paraguas para cuando llueva y una gorra por si el sol de mediodía vislumbra tu faz. Te daré un abrigo cuando haya frío y, para el calor, un short. Así te iré cuidando como siempre; cuidándote como aquella primera vez que tuviste una calentura, allí recostado en tu cuna. Te cuidaré como aquella noche que tuviste gripe y mamá te dio una sopa de verduras. Siempre te estaré vigilando y te diré cómo hacer para que me uses en mi máximo potencial. Pues, aunque tú no me valores como debes, para mí siempre serás lo más importante. Porque yo soy aquella que pelea contra el cáncer e impide a cualquier virus de que penetre en tu cuerpo; soy esa que batalla con la diabetes e intenta que el Alzheimer no se propague por tu memoria para que siempre me recuerdes. Soy quien pelea desde las más pequeñas guerras como una leve congestión nasal hasta las más elaboradas batallas como la Leucemia. Siempre te mantendré firme, aunque no me prestes la atención que merezco. Y así podrás jugar al futbol libremente, pues sé cuánto te gusta; podrás correr en plenitud por la calle, caminar bajo la lluvia, comer tu helado preferido, cantar a todo pulmón, respirar el aire fresco, bañarte a orillas del río, salir con tus amigos y, más importante aún, podrás compartir por mucho tiempo con tu familia. Y así, aunque esté temporalmente ausente de tu memoria, siempre estaré en tu corazón.

Sinceramente y con cariño,
Tu Salud.